lunes, 15 de noviembre de 2010

EL SECRETO DE SUS OJOS, de Juan José Campanella

Hace algunos meses vi El secreto de sus ojos, dirigida por Juan José Campanella y protagonizada por la bella Soledad Villamil y el talentoso Ricardo Darín. Me pareció una película realmente buena, aunque no por las razones que da Campanella en sus comentarios, sino porque la química que desborda la pareja principal junto a un elenco bien seleccionado pudo aprovechar al máximo unos recursos técnicos de primer nivel. No quisiera ahondar en esos detalles, más bien mi propósito es plantear algunos aspectos que destacan en la genial factura de esta película.

Primero el argumento. Benjamín Espósito (Ricardo Darín) es un funcionario jubilado del sistema de justicia en la Argentina, quien con la intención de escribir una novela recuperará los recuerdos de un caso en particular, ocurrido en los tiempos de la tercera presidencia de Perón (los 70): la brutal violación y asesinato de la joven maestra Liliana Colotto. Con este hecho como eje central se van desarrollando una serie de tramas periféricas en las que Espósito se enamora de su nueva jefa, Irene Menéndez-Hastings (Soledad Villamil), entabla una identificación emocional muy fuerte con la gran pérdida de Ricardo Morales (Pablo Rago), viudo de Liliana; y saca adelante su amistad con Pablo Sandoval (un excelente Guillermo Francella). Seguro encontrarán una mejor exposición del argumento en cualquier otra página, yo sólo quiero plantear el panorama general de la historia.

El parentesco con el cine de Hollywood

A diferencia de lo que ocurre con la generalidad de las películas latinoamericanas, que en su afán de hacer más atractivo un guión lo cargan de varias historias no siempre dependientes entre sí, el trabajo de Eduardo Sacheri y Campanella (guionistas de El secreto…) funciona muy bien, en parte porque se apegan a ese modelo estadounidense que yo llamo convergencia temática: todas las historias cumplen un papel para armar la historia central. No es fácil, pues, separar alguna de las partes de lo que ocurre en la película para explicarla por sí sola, ya que tendría por fuerza que explicar las otras dos o tres que la rodean.

En este caso, los rasgos de la escuela hollywoodense no son negativos, contribuyen en gran medida a que el experimentalismo o la novedad no irrumpan con grosera estatura para arruinar una historia interesante. De hecho, un elemento que podría chocar, como la sempiterna historia amorosa, une los cabos de principio y fin con una sutileza refrescante que casi podríamos agradecer. En cualquier otro caso, los finales posibles de la película pudieron ser sórdidos o innecesariamente crueles, al estilo de los tiroteos en los que todos mueren y la chica sostiene en el regazo a su hombre moribundo.

También se incluye una persecución, como en toda película “gringa” que se respete. Tiene un buen desarrollo, una música acorde y hasta el suspense de éxito o fracaso que necesita una buena persecución. Además incluye un guiño novedoso que resulta muy atractivo: la secuencia se da sin cortes visibles y sin un disparo o explosión.

Por último, el guión se libra de excesos para que podamos dividir en dos el desarrollo de la trama: la condena del asesino de Liliana y la historia de amor entre Irene y Benjamín. Esto provoca que en algunos momentos lleguemos a pensar que se trata de dos historias que se mantienen unidas por un hilo bastante frágil. Pero, como se dijo antes, este cuadro de amor tiene su propósito y al final comprendemos que la unión entre los personajes principales es el reflejo de la truncada relación entre Ricardo y Liliana. Muchísimas películas usan este recurso y ya es tan común que ni siquiera lo tomamos como una parte importante sino como parte de la escenografía.

Justicia y retribución

El punto novedoso (que no debería faltar en ninguna película) es el tratamiento que da a la justicia. No tengo espacio, palabras ni capacidad intelectual para resumir aquí los valores de la justicia desde un punto general en el cine. Algo al respecto pretendo decir en otra entrada dedicada a la Anatomía de un asesinato, de Otto Preminger; pero, el caso es que mientras que la mayoría de los filmes comerciales plantea la muerte como el castigo idóneo para los culpables de homicidio, El secreto… se decanta por todo lo contrario: La pena de muerte es el más generoso premio para el crimen. En consecuencia Ricardo Morales no quiere semejante fin para quien le ha arrebatado todo.

Pero ¿por qué es la muerte la salida que nos ofrece el cine comercial? Porque es la más fácil. Nos libera como espectadores de la incertidumbre de un futuro siniestro. Nótese que la mayoría de las películas en las que sobrevive de alguna manera el villano, regresa en una secuela más malvado que nunca. El cine comercial, cuando no tiene la intención de amasar una fortuna explotando el mismo argumento, zanja la cuestión eliminando para siempre ese factor negativo.

Campanella, en cambio, no tiene intención de otorgarnos ese pasaje tan fácilmente. Nos enfrenta con la verdad: “La justicia es la venganza vestida de etiqueta”, como dice Otrova Gomas. Hacer justicia por tanto es un acto de autoconfinamiento, es la renuncia a todo para llevar a cabo la condena. Cuando descubrimos al final de la película que Ricardo ha pasado los últimos 25 años de su vida teniendo prisionero a Isidoro Gómez, asesino de Liliana, comprendemos sus palabras: “¿Qué gano yo metiéndole cuatro tiros? No, que viva. Que vida para que vea cómo es su vida llena de nada” (cito de memoria, disculpen las erratas).

Ricardo obviamente es un personaje que se ha quedado sin otro propósito en la vida que el de hallar retribución por la muerte de su esposa. Sólo Benjamín, en los marcos de la película (y la novela), puede entender su obsesiva necesidad de justicia como un acto de amor. Aunque su amor por Liliana es innegable, sus actos son una venganza, elegante como todas las venganzas justas, pero una venganza al fin. Planeada con detenimiento y llevada a cabo durante 25 años. La fugacidad del descubrimiento de su forma de hacer justicia nos salva de ver la tenacidad de su odio. Tal vez ni siquiera alcanzamos a verlo, porque la gran actuación de Pablo Rago y el guión por sí mismo no nos permite simpatizar con Ricardo Morales. Su presencia en la película apenas muestran a un hombre adusto, que deja entrever sus emociones de soslayo.

Ante este personaje y la crudeza de su justicia sólo podemos sentir estupor. Porque para él no hay otra justicia y para nosotros la suya es inconcebible. Estamos de acuerdo con Ricardo y su manera de afirmar sus palabras con hechos nos hace tomarlo en serio, pero también nos sobrepasa. Si el cine comercial nos libera de todo compromiso, El secreto… nos planta en la silla durante unos segundos que valen 25 años. La verdadera justicia es una retribución de valores; para Ricardo es la nada como condena. (Isidoro Gómez no le pide a Benjamín que interceda por su libertad, ¡le pide que por lo menos le hable!). Y de no ser por la dulce escena del final, estaríamos atrapados por nuestra propia convicción de que quizá la mayoría optaríamos por los cuatro disparos liberadores.

2 comentarios:

  1. Impecable, Bernardo. Coincido en la lectura que tienes de la película, aunque antes de leer tu reseña crítica no había advertido algunas de las cosas que comentas, por ejemplo, que la "unión entre los personajes principales es el reflejo de la truncada relación entre Ricardo y Liliana".

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  2. Gracias, Ame. Sobre el "reflejo", debo decir que di varias vueltas para plasmar la idea con la mayor claridad posible y parece que al final elegí la peor. La versión original de la reseña decía: "la unión entre Benjamín e Irene es la consecuencia sentimental de la truncada relación entre Ricardo y Liliana. Al igual que en otras películas estadounidenses un detonante externo identificativo de su amor o del fracaso de llevarlo a cabo impulsa a la pareja a amorosa para un encuentro de sincero reconocimiento..." Después seguía la explicación de esa idea a partir de cómo Benjamín descubre en el autoencierro de Ricardo la nada producto de la imposibilidad del amor de Liliana, es decir, su propia nada. Como la siguiente escena, definitiva para el amor no declarado (aunque insinuado tantas veces) entre Benjamín e Irene, es un desborde de ambos se revela que es en lo que Benjamín reconoce como los actos de amor de Ricardo donde se encuentra el detonante externo del que hablaba antes.
    Pero como ves esto hubiera sido más enrevesado y hasta difícil de plantear por mi falta síntesis. Quizá en un tratamiento general de los detonantes externos en la resolución amorosa en las comedias románticas o los dramas hollywoodenses pueda ampliar esta idea con menos temor.
    Un abrazo y gracias por la lectura...

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