miércoles, 18 de mayo de 2011

ANATOMÍA DE UN ASESINATO, de Otto Preminger

La justicia como problema conceptual implica muchas más dificultades que como problema administrativo. En el segundo caso, las consideraciones son claras y tangibles, en el primero, enrevesadas y metafísicas. Si uno quiere entender cómo funciona un sistema legal, sólo debe intentar una incursión por él. Explicar, en cambio, las razones por las que sentimos un instinto de retribución ante el atropello o el crimen requiere de un seguimiento peligroso de la psiquis humana.

Si en el caso particular de El secreto de sus ojos introduje la idea de que Morales era un ser atormentado guiado por un sentido vengativo de la justicia, dejaba fuera de la cuestión, deliberadamente, lo concerniente a la idea del sistema legal como un ente falible. En el cine, la justicia se presenta en esos dos planos: 1) el impulso válido de un personaje por hallar retribución y 2) un tribunal [en el sentido amplio] que obstruye o facilita esa retribución.

En el primer caso, la intención de la película es que nos identifiquemos con quien persigue la justicia, aunque eso implique hacerlo con un personaje negativo. Por ejemplo, Payback (1999), de Brian Helgeland con Mel Gibson. En el segundo, se trata acerca del sistema judicial y de los hombres y mujeres que ejercen la justicia burocrática. Podríamos mencionar Cuestión de honor (1992), de Rob Reiner con Tom Cruise y Jack Nicholson. Lo importante aquí es que valoremos cómo los abogados logran sobreponerse a un juzgado adverso o cómo la causa es superior a todos los elementos en contra. En el nombre del padre (1993), de Jim Sheridan, y Amistad (1997), de Steven Spielbierg, enriquecen los ejemplos al respecto.

Lo interesante con Anatomía de un asesinato (1959), de Otto Preminger, es que aun cuando parte de los elementos que caracterizan a las películas sobre tribunales al final sólo subsiste una máxima fría y práctica: No es lo que sepas, es lo que puedas probar. Para Otto Preminger el dilema no es si el teniente ha cometido un asesinato justificado o no. Su propuesta se basa en la capacidad del abogado defensor de convencer al jurado (y a nosotros como espectadores) de que así fue.

En las películas con características similares que pudiéramos enumerar aquí, los directores usan una técnica muy obvia para indicarnos cuál es la parte que ellos quieren que gane: Nos presentan a buenos y malos, sin ningún disfraz, como en los dibujos animados para niños. El bueno es un chico honesto y noble que lucha porque la justicia satisfaga al público y triunfe la Verdad (complicada palabra cuando se habla de justicia). Los malos, por su parte, son arrogantes, innobles, corruptos, con una perenne sonrisa maligna que nos hace decirnos: “Este tipo tiene que ser culpable”. Philadelphia, de Jonathan Demme, con Tom Hanks y Denzel Washington; Huracán, de Norman Jewison, también con Denzel W., nos muestran ambos casos.

En Anatomía de un asesinato podríamos decir que se mantiene este enfrentamiento de “bueno Vs. malo” entre los abogados. Paul Biegler, interpretado magistralmente por James Stewart, es el defensor, un hombre simple, más interesado por la pesca que por pagar las cuentas, amigo fiel y un caballero con las mujeres. Claude Dancer (George C. Scott), es el fiscal del estado. Su papel inicial es supervisar a Mitch Lodwick, el fiscal de distrito que lleva el caso, pero poco a poco nos damos cuenta de que es quien en realidad lleva el caso. Es un tipo arrogante, pomposo, teatral… “sobrado”, coloquialmente hablando, inevitablemente insoportable. Biegler es melodramático y manipulador, pero en cambio es de nuestro agrado, quizá por todas sus otras cualidades.

La diferencia fundamental de la Anatomía… con otras películas sobre la justicia radica en los personajes que se supone deberían constituir el bando de los buenos: El Teniente Frederick Manion, a quien defiende Biegler de la acusación de homicidio en primer grado; y su esposa, Laura Manion, la manzana de la discordia por quien el teniente ha asesinado a un hombre.

La cuestión es que Laura Manion luego de una noche de copas regresa a su casa alegando que ha sido violada por el dueño del bar, ante lo cual Frederick Manion toma venganza, dando muerte al responsable. Hasta aquí todo parece simple y justo. Sin embargo, poco a poco estos dos personajes empiezan a parecernos sospechosos: Él es demasiado calculador y arrogante como para que nos agrade. Ella es coqueta, imprudente y libertina, a tal punto que no nos permite confiar en su palabra. De esta manera, el alegato de defensa de que ella ha sido violada y que él mató al presunto agresor en un ataque de locura es poco convincente. Pareciera como si los hechos se encargaran de mostrarnos que ella ha consentido estar con el occiso y que ante el temor de que su esposo se entere alegara la violación y que Frederick víctima ya de otras infidelidades, presa de los celos, descargara primero su ira contra su bella esposa (le deja un ojo morado) y luego contra el hombre.

Aquí nos encontramos ante un dilema como espectadores: ¿Están diciendo la verdad los esposos Manion o es una treta para salir bien librados del crimen que los involucra? La actuación de Ben Gazzara en el papel de Frederick nos persuade de que en modo alguno pudo estar temporalmente loco cuando cometió el asesinato. Lee Remick como la “resbalosa” Laura nos hace pensar que tal vez la violación nunca existió. ¿Ante qué estamos entonces? ¿Un crimen “justo” o uno pasional como tantos otros?

La película nos da tantos indicios para pensar una cosa como la otra. Por supuesto, el enfrentamiento de Biegler y Dancer nos hace inclinarnos por la pareja, pero es inevitable que subsista la duda sobre la inocencia de Frederick o la sinceridad de Laura. Es la simpatía de Biegler lo que los pone a salvo de nuestro juicio condenatorio. Queremos que gane Biegler, pero no por Frederick y Laura, sino por Biegler, porque él nos parece el bueno, lo justo. Y de eso se trata la justicia administrativa, la mayoría de las veces: Lo justo no es necesariamente lo verdadero, es lo que nos gusta, bien porque no podamos probar lo contrario, bien porque sea la opción menos complicada. He ahí lo grandioso de la Anatomía de un asesinato.

En Tiempo para matar, de Joel Schumacher, con Samuel L. Jackson y Matthew McConaughey, se nos muestra a un padre que decide “hacer justicia” sobre quienes violaron a su hija. El argumento básico es similar, pero en ésta no nos dejan suponer si la violación realmente ocurrió o no, nos la enseñan con todo lo que de odiosa, repulsiva e indignante tiene. Hasta el más reacio condenador de la pena de muerte se convence en los primeros cinco minutos de que los criminales merecen morir por su acción y a los quince minutos de que el padre debe ser absuelto por matarlos. Es decir, no es una película que ponga en duda el valor de justicia que tenemos. Al contrario, refuerza la noción de “ojo por ojo” que tanto nos seduce, porque primero nos muestra lo monstruoso de los malos y después la nobleza del bueno. Es imposible que alguien se vea identificado con los violadores neonazis, drogadictos y borrachos que atacan a la pequeña niña negra; es imposible que alguien no entienda la sed de venganza del padre. La película también nos chantajea haciéndonos llorar para que aceptemos un final feliz y por ello le estamos agradecidos.

Anatomía de un asesinato no sólo no nos da todas las piezas del rompecabezas, sino que además se regocija confundiéndonos, como hace la vida. Nos pone el abogado simpático con un matrimonio odioso y a un abogado desagradable con un hombre que ya no puede defenderse por sí mismo. De hecho, nunca conocemos al presunto agresor de Laura, sólo tenemos una imagen de él por lo que dicen terceros, y las opiniones varían. Siempre estamos ante un conflicto porque la película nos manipula con la actuación de Stewart, quien a su vez manipula al jurado y al juez de una manera ingeniosa, que no quiero describir para no malograr más su apreciación del filme.

Nuestra noción de justicia toma aquí una importancia especial. No es lo que sucede con las películas en que tomamos parte por un personaje negativo, porque al fin y al cabo en esas películas aunque todos sean malos uno de ellos ha sido víctima de una mala jugada o lleva adelante una empresa que puede parecer justa, como en Payback o Ocean’s Eleven (La gran estafa), así que de todas maneras estamos ante lo que para nosotros es lo justo: Que le regresen sus 70 mil dólares a Porter; Que Danny Ocean y sus amigos triunfen ante el frío y millonario Terry Benedict. En la Anatomía… tenemos que aceptar que la justicia es un valor relativo y personal, que depende en gran medida de lo que estemos dispuestos a creer y aceptar, pero también de lo que nos muestran.

Al terminar la última línea, pienso en un capítulo de Los Simpson en el que Homero es acusado de acoso sexual por una niñera. Nosotros sabemos que no es cierto, su familia también, pero la televisión lo presenta como un depravado que se aprovecha de una chica inocente tantas veces que su familia en un momento duda de él. Por cierto que hasta una película se rueda tergiversando los hechos para vender la imagen negativa de Homero. El final es mucho más elocuente: Willy el conserje salva a Homero con un vídeo aficionado que hace durante una de sus rondas nocturnas para espiar a las parejas y poco después de eso Willy es presentado de la misma manera que Homero poco antes y éste que ha sido beneficiado por la insana práctica de Willy sólo atina a decir: “Ese hombre está enfermo”. Marge le recuerda que Willy lo salvó y Homero dice: “Pero, Marge, escucha la música [siniestra]”.

Quizá el ejemplo sea tonto, pero a mí me parece que ilustra esa relación que tiene la justicia “legal” con lo que se nos muestra acerca de lo que debemos juzgar. Los Simpson no hablan de la justicia, sino de la manipulación que hacen los medios para vender y al final no debemos elegir entre Homero y sus detractores. Homero es odioso y así nos gusta, por ello nos gusta. Pero en Anatomía del crimen, donde nos decidimos por la causa de un abogado encantador que defiende a un homicida desagradable, existe la misma manipulación y la aceptamos como la decisión correcta de la justicia administrativa. Preminger consciente de nuestra elección, al final de la película se burla de Biegler (y de nosotros) haciéndolo víctima de Frederick. Biegler sonríe, porque a él eso no le interesa mucho. Nosotros reímos con Biegler, porque no nos queda otra opción. La justicia después de todo es “una institución humana”.