No puedo ver Río místico (Clint Eastwood, 2003) sin sentir cierta ansiedad ante el personaje de Dave Boyle (Tim Robbins). Todo hubiera sido más fácil o al menos no tan complicado si hubiera dicho la misma mentira cada vez. Pero él no es responsable de su estabilidad, sabemos de la tragedia que lo persigue desde su niñez. Es un ser atormentado por los fantasmas de su pasado y en eso reside su inestabilidad.
Jimmy
Markum (Sean Penn) sugiere en algún momento que está loco. Y aunque es la
explicación más simple, parece ser la más cierta. El aspecto más importante de
su esencia como personaje, sin embargo, es la fatalidad que persigue su vida. He
visto muchas veces Río místico y
llevo un tiempo dándole vuelta a la idea de que como personaje, Dave Boyle es
uno de las propuestas más trágicas de que tengo noticias.
Sabemos,
por Sófocles y Shakespeare, que el héroe trágico, ese ser humano acorralado por
el destino, desconoce las consecuencias de sus acciones hasta el desenlace. En el
caso de Dave, el final es el punto en el que menos sentido tienen las
consecuencias de sus acciones.
Al
principio del film, en el prólogo de hecho, sabemos todo lo que debemos saber
de la víctima. Los detectives van descubriendo para sí algo que ya sabemos. Tan
sólo nos muestran como novedoso algunos datos que les (y nos) ayudan a saber
quién es el asesino y que apenas si demoran un par de minutos en revelarnos. El
guión está pensado más para tenderle una trampa a David Boyle. En que las versiones
que da de la herida en su mano apoyen las dudas de su esposa, en que su pasado tormentoso
le dé sentido a un móvil inexistente, en que su coartada sea más culposa que
las pruebas de su culpabilidad.
¿De
quién es entonces la tragedia que nos cuenta Río místico? ¿De Katie Markum, la chica asesinada? ¿De Jimmy
Markum? ¿De Celeste Boyle, la esposa de Dave? ¿De Brendan Harris, el novio de
Katie? Todos han perdido algo y no obstante ninguno de ellos está tan atrapado
por la fatalidad como Dave Boyle. Al contrario, todos se dirigen en una
dirección que han decidido. David sólo quiere escapar de la que le tocó. Pero no
puede. No se puede escapar de lo que no se controla.
La
acción sigue varios cursos, todos orientados al mismo punto, y ese es un
acierto de Clint Eastwood como director (me parece a mí que no lo suficientemente
reconocido). Y aunque casi todos están equivocados, sólo uno termina en el río.
Jimmy dice que en él se lavan los pecados, pero David Boyle no sabe que debe
lavarlos, él sólo sabe que su vida está dividida en la niñez robada y los
pedazos pseudo normales con los que intenta construir una vida corriente.
Pero
lo más importante de todo es que el personaje de Dave nos enfrenta con lo
inevitable y por eso quizás queremos cambiar sus versiones. Nos vemos ante en
la necesidad de imaginar lo que hubiéramos dicho de haber estado en su lugar. De
estar en el lugar de Sean Devine (Kevin Bacon), haber hecho más por controlar
la ira de Jimmy. De ser Jimmy, de no haberle tendido un trampa tan descarada a
nuestra propia ira. Es posible que Río
místico, sobre todo, nos enfrente a los lobos que rondan la cabeza de David
Boyle, de tantas maneras diferentes.
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